Carlos Barbarito

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(Camel, Cobh)

 

 

 

¿ Aleta de pez para la hora torcida,

mujer para el minuto tortuoso?

El humo asciende desde la tierra,

por un momento creemos ver

el incendio que lo produce.

Engaño. Ninguna razón

para lo que sube,

para la sombra que desciende,

sin cuerpo, entre sombras y ramas.

El pez pregunta, queda entre redes.

La mujer pliega su pañuelo,

siempre, al pie de la lluvia,

cuando nada ni nadie puede ser,

a sus ojos, animal, poliedro puro, niño.

 

 


Hay que dejar una huella de este viaje que la

memoria olvida, hay que, cuando es imposible,

escribir sin responder a las invitaciones novelescas

del dolor, no aprovecharse del sufrimiento como

de una música, hacerse atar la estilográfica al

pie si es necesario.

 

Cocteau, Opio.

 


 

 

Se agita el último sello del cuerpo

y luego cae y queda un espacio sin sol

ni luna y una especie de peste única

bestia junto a bestia

cada una con su avena que no comparten

(dice el mal es fácil, hay una infinidad,

relámpagos contra postigos,

fatiga de la tierra, de las escamas)

y el mar que no devuelve lo que se lleva

y ella bajo el agua, ahogada

antes de saber de ovillos,

de penachos, de enteros y jirones,

de escudos, de charcas, de metales;

qué sino todo ahora se ennegrece,

resiste al torno, triunfa

sobre embates y embustes de amor,

estaca, pellejo, sí,

no fruta, memoria, galaxia.

 

 

 


No sé a qué hora, en qué lugar

pero sé de qué modo:

me dolerá y gritaré y mi grito resonará

en días que se contarán de a uno

hasta ser innumerables, en olas

que sólo serán espejos,

inmenso y extenuado mar

sin puertos ni náufragos.

 

Ni esperanza. O una esperanza

que apenas asiste,

en mera beneficencia casi burla;

en una pantalla,

juegos oscuros, indescifrables,

sombras que dialogan sin subtítulos

y, al fondo de cada escena,

un mundo sumergido:

(luces frías, en reflujo,

edad que vacila, tiembla y no pulsa,

manos que revocan un muro

que se alza sin base, consistencia

ni propósito)

 

 

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(Cyclamen)

 

 

 

Allí brota en el frío

del suelo oscuro

que no se resigna

a ser dispersado por el viento;

y serán horas, y noches,

y días. Allí estoy yo, estamos,

libres, posesos,

viles, virtuosos, desnudos,

desde el fondo hacia lo alto.

¿Perfume de amantes,

alimento para las bestias?

Una u otra cosa, tal vez,

ambas; de todos modos,

como siempre, habrá un cielo indiferente,

una escarcha decidida

a quemar. Y lo que tenga que suceder,

sucederá en silencio.

 



¿De qué noche es este rito? Carneados,
puestos cada uno sobre una piedra distinta,
atados a las piedras con la sangre
todavía caliente, chorreando.
El amor es aquí ajeno, todo deseo:
gritan, se retuercen,
hablan en lenguas, ven visiones.
Entran al agua roja, su óxido y su espuma,
al barro, al sexo abierto de la tierra
y en el fondo, ningún mar,
ninguna infancia.
¿De qué noche
o día o relámpago o niño sin ojos
empujado desnudo hacia las llamas?
Cae el cielo sobre el mundo.
La tierra invade las aguas.
Se mezclan y confunden.



Ansía penetrar, hundirse, desaparecer
entre los últimos pliegues. Morir, no morir:
hay un descanso - se dice a si mismo-
en la peor de las fatigas. Así
como la sangre es espesa y roja,
y el deseo conforma animal con dos espaldas,
la presa huye de lo que, acaso,
con sus garras y dientes, podría salvarla.
Un sol sucio deriva por el agua.
Alumbra cuanto pare el fruto más amargo.
En un rincón oscuro, nueces y sogas.
Las horas roen la madera, el papel
que fuera carta desde El Havre
ahora confirma que el mundo
está irremediablemente sumergido.
Pregunta, nos pregunta: ¿existe
imitación, falsedad, copia,
una moral para la materia del relámpago,
sabiduría que no sea hija
o nieta de traición o acoplamiento?


Anda desnuda bajo los puentes.
No logra contener aquello que la habita.
Se desborda, se ahoga
con lo que de ella misma sale a borbotones.
Abraza, se deja abrazar, grita.
Algún día será escombros,
hoy es tierra siempre seca
que pugna por la lluvia.
¿Qué nombre darle
si la veo siempre de espaldas,
no veo su rostro, y ya son años,
respiración que ninguna ancla sujeta,
dios que creo demonio y viceversa?


¿Sobrevivirán la materia perforada,
el paisaje que el ojo entrevé
y por cuya superficie repta una sombra?
Nacerá el hijo del muslo
– cae la palabra por su propio peso -
caen los hoteles, sus pasillos,
sus lámparas siempre encendidas.
Un hijo torpe, sin nombre ni ojos.
En otra parte, se parten los mundos,
los patios con sus hojas,
las hojas que la luz atraviesa,
desnudez, impiedad, nervadura.
Se lavarán de a dos, estará oscuro.
Números en cada puerta,
ventanas con relámpagos,
nudos de nervios en láminas delgadas,
dioses flacos, venidos a menos,
incapaces de crear tan sólo un insecto.
¿Y la arena, las arenas, esta boca,
esas otras bocas, palos, cometas, dientes?
El hijo lo ignora, despierta, se viste.


Ahí van, esposados,
por el último suelo
antes de la noche y su azar:
¿quién los oye sino el sello
del libro, el tallo enroscado
en la madera con que, otros,
apuntalan la casa que cede?
Flujo, reflujo, ¿y el perdón,
la ventura, el caracol
sobre el vidrio, el bodegón, la marina?
Comerán solos, como las plantas.
Tal vez, como ellas, crecerán
hacia la luz, darán fruto.



Desnuda y con sudor.
Se acopla, gime, tiembla.
Ante ella, su acto,
toda memoria resulta cansancio,
otoño. El mundo todo
parece ahora una mancha
sobre un papel liso y blanco.
¿Qué hubiese dicho Mallarmé,
con qué lámpara hubiese iluminado
la porción de espacio
donde tal océano se revuelve?
Buscarás oro entre piedras - cada cosa
es útil por sí misma,
sin necesidad de otra -
Y el viajero llega a Finisterre.





Se encienden luces a lo lejos,
allá donde alcancé una vez
y ya no. Recuerdo

una amplia plaza en Venecia
desde la que se oían voces de niños.

Cantaban. Y recuerdo también
altos tilos, peces veloces, fiebres pertinaces,
París en una mañana de invierno,
mayólicas, escayolas, terracotas.
Una rama se quiebra
sobre mi cabeza.
El ruido del viento
cubre todo otro ruido;
oscurece cuanto puede oscurecerse,
el libro se deshace,
sus páginas se desparraman
sin nada que las sujete.

(Atardecer del 30 de setiembre, 2002)



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Fotografia por Claudia Bonder, 2005

Carlos Barbarito Nació en Pergamino, Argentina,  el 6 de febrero de 1955. Su obra comprende libros de poesía y de crítica de artes plásticas. En el primero de los géneros citados, publicó: Poesía quebrada; Teatro de lirios; Éxodos y trenes; Páginas del poeta flaco; Caballos y otros poemas; Parte de entrañas; Bestiario de amor; Viga bajo el agua; Meninas/Desnudo y la máscara; El peso de los días; La luz y alguna cosa; Desnuda materia, La orilla desierta;Piedra encerrada en piedra. En crítica de artes plásticas editó: Acerca de las vanguardias, en Arte argentino siglo XX, y Roberto Aizenberg. Diálogos con Carlos Barbarito. Son varias las antologías que recogen su obra poética: Nacer en los 50; Four argentine Poets; Breve muestra de la poesía contemporánea del Río de la Plata; 70 poetas argentinos 1970-1994; Cinco poemas en homenaje, en: Cecilia Pozzi, La otra primavera; Poesía argentina año 2000.  Entre las distinciones obtenidas por el autor figuran: Premio Fundación Alejandro González Gattone, Premio Fondo Nacional de las Artes, Premio Dodero de la Fundación Argentina para la Poesía, Premio Bienal de Crítica de Arte Jorge Feinsilber, Premio César Tiempo, Premio Raúl Gustavo Aguirre de SADE, Menciones de Honor Leopoldo Marechal y Carlos Alberto Débole, Gran Premio Libertad, Premio Francisco López Merino, Premio Hespérides y Mención Plural de México.  Figura en el Diccionario de autores argentinos y en el Inventario Relacional de la Poesía en Lengua Española, editado en CD. Sus artículos, ensayos y demás textos fueron publicados en diarios, revistas y páginas de Internet del país y de Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, Venezuela, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, México, Nicaragua, Estados Unidos, España, Portugal, Alemania, Reino Unido, Suecia, Rumania, Alemania  e Italia (Casa de las Américas, Aérea, Creación, ZonAlta, Plural, El nuevo cojo, Espéculo, Letralia, Verbigracia, Cajón de letras, Art&, Off Course, Cyberhumanitatis, EOM, Crítica, México Volitivo, Textosentido, Respiro, Hiperfeira, Etcetera, Hispanic Culture Review, Arte da palabra, Maison de la poesie Namur, El fantasma de la glorieta, Nave de palavra,  Triplov, Il Bolero de Ravel, El viejo faro, Enfocarte, Argos, Margencero, Arteuna, Wakan, A garganta da serpente, Poetry Superhighway, Corner, Mapale, Words-Myth,Imaginando, El hilo de Ariadna,  Archipiélago, Logogrifo, Los noveles, Architechtum, Banda hispánica, Diez dedos, Sentinel Poetry, The Web Poetry Corner, Ecognosco, Matérika, Le chasseur abstrait, Poemhunter,  Artxworld, entre otras). Sus textos sobre arte y literatura y su  obra poética están traducidos, en parte, al inglés (por Brian Cole, Héctor Ranea, Stefan Beyst, y Ricardo Nirenberg), al francés (por Chantal Enright, Jean Dif, Frie Flammend y Elina Kohen), al portugués (por Andréa Santos  , Andréa Ponte Ana María Rodriguez González, Rudolph Link y Alberto Augusto Miranda) y al holandés (por Stefan Beyst). Es miembro del Consejo Editorial de la revista Matérika de San José de Costa Rica e integra el staff de www.losnoveles.net.

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