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JAIME SAENZ (1921-1986)

Poeta y narrador, Jaime Sáenz (1921-1986) nació, vivió y murió en La Paz (Bolivia), ciudad que fue su espacio vital y el permanente trasfondo de su obra. Reconocido como uno de los autores más importantes de toda la literatura boliviana, tanto su vida como su obra marcaron profundamente el espacio cultural boliviano de este siglo. En Saenz vida y obra se suponen y se iluminan mutuamente. Así, la imagen de escritor rebelde, marginado, alcohólico, nocturno y enemigo del artificio de la "gente bien," no sólo remite a uno de los pocos enfants terribles de las letras bolivianas, sino que es parte integrante de una vida que asumió la escritura con vocación monástica. El resultado de esta vida fue una obra que es una visión de mundo extraordinaria y original, como pocas en el contexto de la literatura boliviana y latinoamericana.

Dos preocupaciones esenciales marcan su existencia y, sin duda, su obra: la muerte y el alcohol.

La fascinación por la muerte fue algo vivencial para Saenz. Como él mismo relata en su libro más autobiográfico, La piedra imán (1989), visitar la morgue para contemplar los muertos fue una de las extravagantes actividades de su juventud. Pero en este acto se debe ver no sólo una necrofilia, sino una obsesión por comprender vida y muerte como una unidad que sería lo que él llamó, con mayúsculas, la Verdadera Vida. Precisamente, en la oscuridad, en un cuerpo que está dejando de ser cuerpo, en un alma que se ve inseparable de su cadáver, Saenz afirma haber llegado a la Verdadera Vida, lo que es, al mismo tiempo, acceso al conocimiento trascendental al que aspira: "Mientras viva, el hombre no podrá comprender el mundo; el hombre ignora que mientras no deje de vivir no será sabio." ... "Qué tendrá que ver el vivir con la vida; una cosa es el vivir, y la vida es otra cosa./ Vida y muerte son una y misma cosa." (Obra poética 259-60)

 

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<<<Jaime Saenz en la Paz...

El impacto del alcohol en su vida está ampliamente explorado en dos libros: el poema La noche (1984), y la novela Felipe Delgado (1989). Saenz negó muchas veces que esta novela fuera de inspiración autobiográfica, pero no se puede dejar de ver en ella algunos aspectos de su vida personal, especialmente, los referidos a su época de alcohólico. Aunque es difícil precisar fechas, la etapa alcohólica de Saenz duró desde su adolescencia hasta su madurez, unos 15 años más o menos (c. 1945-1960), habiendo sufrido en ese tiempo dos crisis de delirium tremens. En La piedra imán, Saenz nos entrega por boca de varios personajes una vívida imagen de sus años de alcoholismo. Por ejemplo, su tía (la mujer que acompaño y cuidó a Saenz toda su vida) dice: "Ya pareces un degenerado bebiendo día y noche en esa bodega, metido ahí, con los matones y los rateros. Tus gritos se oyen hasta la Plaza y no trabajas ni haces nada, y tu vida es beber y beber..." (La piedra imán 71). En otro lugar, uno de sus amigos le transmite la opinión que se tiene de él:

Caramba; qué se hará con este don Jaime. Persona tan decente, y el pobre joven anda botando piojos. Un aparapita es un lujo al lado de él. ... Pero es su culpa. ... Es demasiado irresponsable y hasta abusivo, y a veces ya parece uno de esos energúmenos y malentretenidos sin Dios ni ley. Insulta a todo el mundo y pelea con todos, anda vociferando y desafiando, mete escándalos por aquí y por allá, ... y de repente baja a la morgue a profanar los cadáveres, ... y se hace ultrajar y pisotear, y finalmente entra a la botica, rompe los vidrios y lo llevan a la policía, y todavía se burla del comisiario y le habla en no sé qué idioma, que nadie entiende, y que seguramente él ha inventado. Y así don Jaime se hace odiar (La piedra imán 170-2).

En esta últimas líneas, se puede ver la confluencia de los temas mayores de su vida y su obra: el alcohol, la muerte y el lenguaje. Confluencia que más adelante será oposición, enfrentamiento y elección, porque Saenz, en un momento de su vida, se dio cuenta de que beber y escribir eran incompatibles. Comprendió que había que elegir una de las dos opciones de forma radical y definitiva. La renuncia al alcohol fue un gesto ético y poético, pues Saenz eligió la entrega a su obra como forma de vida, como el principio que, en adelante, regiría sus actos. A la vez, esa entrega significó la creación de un universo poético, cuya clave está en esa misma elección y en la trasformación "alquímica" de la experiencia alcoholica en escritura.

Esta renuncia voluntaria al alcohol ocurrida aproximadamente en la década de los sesenta fue uno de los mayores triunfos en su vida. Salvo esporádicas recaídas, Saenz no volvió a beber hasta poco antes de su muerte en 1986. En estos años, alejado del alcohol, escribió la mayor parte de su obra. En 1980, una de sus recaídas lo llevó al borde de la muerte y de ese trance nació su texto La noche (1984), un poemario, se diría aterrador, pues da la visión de la experiencia del alcohol y la muerte desde el interior de esa misma experiencia:

Nadie podrá acecarse a la noche y acometer la tarea de conocerla,
sin antes haberse sumergido en los horrores del alcohol.
(La noche 21)
La noche, una revelación no revelada.
Acaso un muerto poderoso y tenaz,
quizá un cuerpo perdido en la propia noche.
En realidad, una hondura, un espacio inimaginable.
(La noche 62)
Este libro es el mejor testimonio de cómo el alcoholismo fue, para Saenz, un camino hacia el conocimiento profundo del mundo, una experiencia de revelaciones extremas, pero que sólo la poesía podía iluminar, representar y expresar en toda su intensidad. Como lo escribió en El escalpelo, para el poeta fue "necesario [escribir] una carta para poder ver mejor la luz de las cosas" (96).

Su vida de alcohólico creó asombro y rechazo en la sociedad paceña de los años cincuenta. Rechazo y marginación que se mantendrá en los círculos literarios y sociales más conservadores por el resto de su vida. Pero su personalidad y su literatura atrajeron y sedujeron a un grupo grande e importante de jóvenes artistas, escritores e intelectuales. Como pocas veces en la historia de la literatura boliviana, este escritor pudo, si no crear escuela, por lo menos establecer un grupo de seguidores a su ética y a su poética. Se puede decir, que muy pocos representantes de la literatura, la música o la pintura contemporánea en Bolivia, han dejado de tener alguna relación o influencia de Saenz. Incluso su importancia se ha sentido en las nuevas generaciones de videastas y cineastas.

Tal vez lo que más llamó la atención, sobre todo a gente joven, fue el aspecto romántico de su estilo de vida, reflejado en su horario de trabajo y de vida social: dormir en el día y vivir de noche. Las veladas nocturnas con Jaime Saenz fueron durante años y hasta el momento de su muerte, probablemente, un espacio marginal y rebelde de rico intercambio intelectual. Los famosos "talleres Krupp", la habitación donde Saenz recibía a sus visitas, se convirtieron en una institución, donde la edición de revistas literarias, el juego de dados, la música de Bruckner o de Simeón Roncal, las charlas sobre Milarepa y las lecturas de poemas fueron la tónica permanente. Hay que decir que el trato con Saenz era muy exigente. Las relaciones de Saenz con sus amigos se mezclaron más de una vez con lo maravilloso y lo tenebroso en experiencias poéticas y mágicas, con resultados no muy felices. Así nació el mito de Saenz amigo de lo oscuro y de la magia, el iniciado y el alquimista. En realidad, esta imagen fue creada por la desconfianza y el temor ante un ser que se negó a participar en la "normalidad" de una vida que encontraba falsa. Esa vida nocturna era para él (hombre solo, acompañado únicamente por su tía) no tanto el espacio de la magia y lo oscuro, sino el espacio de la amistad, de la creación, de la meditación y la renovación de la confianza en el arte y en la vida. Un mundo con sus propias leyes y rituales, a veces complejos y restrictivos, pero un mundo siempre vital y enriquecedor para los que lo frecuentaban.

La publicación póstuma de su novela, Los papeles de Narciso Lima Acha (1991), arroja luces sobre otros dos importantes aspectos de su vida: su sexualidad y su atracción por el nazismo.

La atracción por el nazismo de Saenz, similar a la de Ezra Pound en algunos aspectos, fue más bien un rechazo a la sociedad burguesa moderna y una exaltación de lo irracional y lo esóterico como métodos de conocimiento del mundo. De ahí que su interés por el nazismo estuvo más cerca de la magia que de la política.

En cuanto a su sexualidad, un aspecto poco conocido de su vida, no hay duda de la importancia que debió tener el mundo de las relaciones homosexuales. Así lo prueba la escritura de Los papeles de Narciso Lima Acha, donde se narra básicamente una historia de amor entre un joven boliviano y uno alemán. Cabe señalar que Saenz nunca se definió como homosexual y su vida amorosa conocida estuvo siempre heterosexualmente orientada. Lo cual se muestra, por ejemplo, en que Saenz se casó con una mujer alemana de origen judío y con ella tuvo una hija. Este matrimonio, donde lo judío y la heterosexualidad predominan, indica la dificultad de asignarle una etiqueta a sus intereses políticos y sexuales.

¿Cómo resumir una vida tan plena de experiencias límites y tan diversas? Quizás la respuesta nos la haya dado el mismo Saenz. El texto titulado "Autorretrato", de su libro Vidas y muertes, nos entrega en forma emblemática el sentido de su vida y de su obra:

En tiempos, cuando andaba del brazo del alcohol, y cuando me tambaleaba en calles y plazas, perdido peregrino en lóbregos tránsitos, vislumbrando un aprendizaje que empero no conocería término, tenía la manía de dibujar autorretratos en las paredes, con tiza o con un pedazo de estuco, encaramado sobre las mesas de las chinganas. A decir verdad, hoy persiste la manía, sólo que los autorretratos en cuestión no se plasman ya en la amplitud de las paredes, sino más bien en la exigüidad de una hoja de papel (Vidas y muertes 189).

Este deseo ("manía") de autorrepresentarse tiende a la construcción de una imagen de sí y de su experiencia vital, a partir de "revelaciones y adivinaciones"; una imagen hecha de fragmentos de su vida, de sensaciones y sentires, de momentos trascendentes e intrascendentes, de recuerdos y también de lo olvidado. Esa imagen, además, debe ser construida en el espacio y en la muerte, en el cadáver, como la transfiguración del tiempo en instante y espacio atemporales. Ahora bien, esta imagen es, en última instancia, no la del escritor mismo, quien, de por sí ya constituye un autorretrato que "la vida misma se habrá encargado de escribir por él" (Vidas y muertes 192), es la imagen de un mundo, su mundo poético y su mundo boliviano.

 

 

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Poesia

LA NOCHE

 

Nadie podrá acercarse a la noche y acometer la tarea de conocerla,

     sin antes haberse sumergido en los horrores del alcohol.

     El alcohol, en efecto, abre la puerta de la noche; la noche es un recinto hermético y secreto,

     que se hunde en lo hondo de los mundos,

     y no se podrá mirar en sus adentros, sino por la vía del terror y del espanto.

     Además, existen ciertas afinidades con lo oscuro; y quien no las tiene, jamás podrá acercarse a la noche.

     Tales afinidades prosperan bajo un signo que podría parecer inconsistente al no iniciado;

     pero este signo es ya de por sí indicativo, y lo constituye un extraño y permanente temor de caer en el camino.

     De ahí que el iniciado en los secretos de la noche, camine siempre con cautela,

     como si de súbito hubiera enceguecido, o hubiera perdido la noción del espacio.

     Y es éste en realidad un caminar en las tinieblas

     —es de hecho un caminar en el seno de la noche.

     Pues el iniciado habrá perdido la luz para siempre,

     aunque, por otra parte, podrá encontrarla el momento que lo desee,

     dispuesto como está a pagar el alto precio que se le exige.

     Pues para el hombre que mora en la noche; para aquel que se ha adentrado en la noche y conoce las profundidades de la noche,

     el alcohol es la luz.

     El que su cuerpo se vuelva transparente, y el que esta transparencia le permita mirar el otro lado de la noche,

     es obra exclusiva del alcohol.

 

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Narrativa

LA PIEDRA IMÁN

XVIII

(Fragmento)

En un lóbrego sótano, muy pequeño y húmedo, con olor a nuevo, a guardado y a fierro enlozado, es decir, con olor a Hong-Kong y a manufacturas japonesas,

hubo de fraguarse cierto acontecimiento —esto es, mi matrimonio.

Era alta y rubia; era ingenua y sana; y sus ojos, de un color entre azul oscuro y violeta pálido, eran en verdad muy claros.

Pero no era hija del país. Había nacido en Zwickau (la tierra de Schumann), y por lo tanto, no le gustaba el ají.

En cambio le gustaba el vuelo del moscardón, que volaba en misteriosos espacios del cuarto junto al alma de Juan,

con un zumbido vivo y profundo, con un olor a jabón y a ropa lavada en medio de torrentes de luz,

cuando a todo esto, temprano por la mañana, se dejaban escuchar en la radio los valses de El Caballero de la Rosa de Richard Strauss.

A un principio vivimos en la casa de mi madre,

primero en la avenida 20 de Octubre, y después en el pasaje Juan de Vargas, entrando por la calle Abdón Saavedra,

y luego fuimos a parar a un cuarto oscuro y frío, en la calle Femando Guachalla, que una señora llamada Rosa Llosa tuvo la bondad de alquilamos, con algunos muebles y un cómodo sillón de madera con almohadones de tela color café a cuadros.

Allí leí La montaña mágica —y si mal no recuerdo, la lectura duró sus buenos tres meses, pero la verdad es que me hizo vivir momentos de auténtica grandeza.

Por lo demás en aquellos tiempos era joven, y todo parecía fácil y sencillo,

pues en realidad había tiempo —y como todo tenía tiempo, había tiempo para todo.

Por otra parte, en cualquier esquina de la ciudad uno encontraba paz y sosiego,

y había cientos de tiendas en las cuales uno podía beber tranquilamente una copa.

A ese paso, mi mujer era hasta tal punto comprensiva, que no hacía problema ni renegaba, sino cuando me tambaleaba y cometía atropellos de puro borracho,

cosa ésta que por desgracia sucedía con demasiada frecuencia.

De tal manera, que una vez me dijo:

Ten cuidado. Si sigues con la copa, yo me voy.

Lo malo es que yo seguí con la copa.

En 1946 nació mi primer hijo. Sólo vivió tres días.

Mi segunda hija —que sería la última— vino al mundo en 1947.

Al cabo la Erika —que así se llamaba mi mujer— pidió el divorcio, y luego se fue a Alemania

—sin decirme nada.

Pues quién te dice que yo —sin sospechar ni remotamente lo sucedido— un buen día me preparo, y voy a su casa con una torta y con una velita para congratular a mi hija en el primer aniversario de su nacimiento,

y me encuentro con la noticia de que había partido para siempre.

¿Qué hacer?

Por aquellos días precisamente se conmemoraba el Cuarto Centenario de la Fundación de La Paz con una gran feria en Miraflores,

y no pude menos que encaminarme en derechura a la referida feria a festejar mi infortunio.

Y cosa extraña si la hubo:

veinte años después me escribió mi hija —y también la Erika.

Lo malo es que mi hija me escribía en alemán, pues no sabía una palabra de castellano.

La Erika recordaba los tiempos idos; y lo hacía con no sé qué encanto,

no desprovisto de cierta amargura.

Como no podía ser de otra manera, tan inesperado acontecimiento me causó hondísima impresión,

y con pena inenarrable, yo a mi vez recordé los tiempos idos

—y por otra parte, me preguntaba por qué el olvido era tan extraño:

porqué lavida era tan extraña.

¡Y qué haber de, cosas y de circunstancias a cuál más extrañas!

La verdad es que el matrimonio constituyó para mí una alta enseñanza.

Comprendí que el hombre no necesita volverse padre, ya que lo es por esencia,

y si engendra un hijo, es para confirmarse plenamente.

Y comprendí asimismo que un niño es ya padre, de igual manera que una niña es ya madre.

Esto aparte, el matrimonio enseña a conocer y amar lo doméstico

—cosa de la mayor importancia para el hombre, por lo mismo que éste lleva la peor parte en el enfrentamiento con la soledad del mundo.

Pues lo doméstico, extrañamente, le enseña a conocer y amar la soledad del mundo,

que en definitiva no es sino su propia soledad.

Ahora bien, contrariamente a lo que muchos imaginan, la así llamada felicidad no tiene absolutamente nada en común con el matrimonio.

El matrimonio es tribulación y tormento que se debe sufrir calladamente.

Es un camino de espinas, una cruz que se debe llevar a cuestas con dolor y amargura.

Así las cosas, muy pronto la vida se torna mera costumbre y rutina, y al cabo, cuando se cierne la oscuridad sobre la redondez del mundo, te atrapa la tumba.

Esto para el hombre débil, que sólo por temor a la soledad y no por amor ha fundado un hogar.

En cambio para el hombre fuerte, que vive con grandeza y altura,

que sabe amar y sufrir y gobernar,

el matrimonio será siempre una alta enseñanza —una fuente inagotable de humanidad y sabiduría.

Un mundo siempre nuevo, cargado de revelaciones y descubrimientos.

Claro que todo depende de la suerte, y la verdad sea dicha,

pues en realidad, todo matrimonio es providencial. Es una fatalidad, un mandato del destino. No es cosa gratuita.

Por lo demás en los tiempos que corren, el matrimonio está de capa caída, es muy cierto;

pero así y todo parece que las parejas que se unen libremente, lo hacen en razón de motivaciones auténticas.

Y si desechan el matrimonio y lo consideran un mero formalismo burgués, allá ellos.

Sin embargo recuérdese que cualquier evasión es ne gación, pues en mundo en crisis no caben los experimentos, y lo único que importa es vivir experiencias.

¿Quién no se siente reconfortado y conmovido ante el espectáculo de esas parejas de adolescentes que se lanzan valientemente al matrimonio y se casan como Dios manda, con testigos y padrinos, con repiques de campanas y ramos de flores y todo lo demás?

Yo me siento conmovido.

Y si soy fanático partidario del matrimonio, es porque guardo el más profundo respeto por el hogar.

Pues ¿quién será aquel que se muestre ajeno al contenido del hogar, y reniegue así de su condición humana?

Si hay errantes y peregrinos, es porque recorren incesantemente los caminos en pos del hogar.

Un clavo retorcido, una astilla de madera, un objeto cualquiera, representa ya el hogar,

en la medida en que el referido objeto ansía un lugar.

¿Y qué es un lugar?

Un lugar, en definitiva, no es sino eso que se llama la patria; un cielo, una agua, una tierra.

Nadie podrá olvidar la significación del hogar, sino a riesgo de perder irremisiblemente su propia interioridad.

Pues el hogar es el solo hito que te permite identificar el lugar que ocupas en el mundo.

Obras: El escalpelo (1955), Muerte por el tacto (1957), Aniversario de una visión (1960), Visitante profundo (1964), El frío (1967), Recorrer esta distancia (1973), Bruckner (1978), Las tinieblas (1978), Al pasar un cometa (1982), La noche (1984). Entre su obra teatral está La noche del viernes (1987, Homenaje publicado en Hipótesis). En narrativa publicó: Imágenes paceñas (en colaboración, 1979), Felipe Delgado (1979) Vidas y muertes (1983), Los cuartos (1985). Quedan también algunos inéditos tales como: Tocnolencias (un capítulo fue publicado por Revista Cultural de Presencia (La Paz, 24 de Octubre, 1993).

 

Leonardo García Pabón

 

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herederos del caos