Aida
¾¿Cómo sigue Aída? ¡Qué horrible lo que le pasó!
¾Está desolada. Hasta pensó en suicidarse.
¾-¿Qué dijeron los médicos? ¾la voz sonó angustiosa.
¾Que podrán mejorarla, pero con muchas cirugías. Que tiene que agradecer a Dios que
no perdió la vista .¾ Pero de su cutis de porcelana, que se olvide ¾ respondí.
¾-Pobrecita. Siempre fue tan hermosa ¾ vi en sus ojos el brillo de una lágrima pero no pude asegurarlo ¾ ¿Qué clase de animal pudo hacerle eso?
Me
encogí de hombros.
¾Alguien que la odiaba supongo ¾dije con voz neutra.
Mi
marido fue a su trabajo después de darme un rápido beso en los labios.
¡Pobre
Aída! Ser siempre una mujer hermosa y ahora en plena juventud convertirse en un monstruo. Un escalofrío me recorrió la espalda.
A
las diez le harían otra operación. .
Ella
amaba a un desconocido que había contactado por internet. Hablaba todo el día de él y que jamás se había enamorado así. Debían
conocerse para las navidades. Yo dudaba de sus sentimientos, amar a una persona sin conocerla personalmente me parecía un
cuento chino. Pero ella decía que era verdad. Aunque ahora todo había cambiado en su vida, quizás para siempre.
Fui
a la clínica y la encontré como todas la veces. Deprimida y sin ganas de vivir. Traté de ocultar mis sentimientos y darle ánimos. Una enfermera entró y puso un medicamento en la sonda que le entraba en la muñeca. Dijo algo
sobre la operación, que se había postergado por unas horas porque el cirujano
había tenido una urgencia.
Ella
me pidió que no la dejara sola. Era huérfana y dijo que nuestra amistad era lo único que le daba fuerzas. Oculté mi mirada
observando la copia de un cuadro famoso que estaba cerca de la puerta.
Debía
avisar a Julio que me quedaría con ella y volvería recién por la noche.
¡Cuánto
tiempo sin llamarle a la oficina! Antes él lo hacía para decirme cuánto me amaba
o para contarme con voz cómplice que me haría por la noche. O yo lo llamaba para
que supiera cuánto lo quería y extrañaba.
Después
dejamos de hablarnos por teléfono poco a poco. ¿Por qué? No lo recordaba. Que no tenía tiempo para atenderme, había más trabajo
y le era difícil hablar desde la oficina.
La
voz femenina sonó amable y eficiente. No recodaba quién pudiera ser. Julio dijo
que me quedara con mi amiga y que llevaría algo para cenar. No podría buscarme porque tenía
una reunión o algo así.
Estuve
en la clínica por la tarde. El doctor aseguró que todo había ido bien y que ya
tenían programada otra operación para la próxima semana.
Las nueve y Julio sin volver. Nunca había llegado después de las ocho.
La
tristeza cayó sobre mí y me abrazó como la bruma envuelve a la ciudad en las
madrugadas de invierno. Me sentí vacía, como siempre cuando no estaba con Julio. Julio, Julio, ¿qué había pasado con él? ¿Con
los besos cargados de fuego, las caricias llenas de pasión que nos dábamos cuando él volvía cansado pero feliz de su trabajo?
No sabía qué había hecho o dejado de hacer para que lo hubiera perdido todo. Sólo un año atrás éramos tan felices. El hijo que ambos queríamos fue pospuesto por razones económicas. Pero yo supe que esa no era la razón.
Había aparecido otra mujer. Esa era la respuesta. Y fue triste como descubrí
todo.
¿
Cuánto tiempo había pasado de esa noche? Dos, tres meses. Quizás menos. Porque hacía calor. La ventana estaba abierta y la
luna que estaba llena husmeaba entre las cortinas que danzaban como odaliscas sensuales al dejar pasar la brisa de la noche.
El sudor empapaba nuestros cuerpos y cual amazona a su corcel imprimí los movimientos
necesarios para llegar al mismo destino. Yo lo logré con un movimiento violento y quedé laxa sobre él. Abrí los ojos. Julio
aún los tenía cerrados; con un estertor violento lo sentí explotar dentro de mí. Después quedó inmóvil un momento breve .
¾Aída ¾suspiró y repitió en un murmullo: Aída.
¾¿Qué dijiste? ¾ bramé al instante.
¾Mi vida. Dije mi vida.
¾Yo escuché Aída. No soy sorda.
¾Escuchaste mal. Dije mi vida.
Se
hizo un silencio mientras Julio dejó la cama y fue hasta la cómoda de donde trajo un paquete de cigarrillos. Encendió uno
y me pasó otro que rechacé.
¾Así que mientras haces el amor conmigo fantaseas con Aída ¾ la amargura con que pronuncié
las palabras podían haber competido en un concurso con la hiel más espesa y ganado el primer premio.
¾Claro que no. Dije mi vida. Siempre encuentras la forma de estropear los pocos momentos buenos que pasamos juntos.
Buscó
el calzoncillo que encontró a los pies de la cama, se lo puso con una expresión de fastidio y agregó:
¾Ya me tienes cansado con tus celos. Tu amiga es hermosa, pero nunca me interesó.
Fui desnuda al baño y ahí me quedé con las lágrimas mezclándose con el agua de la ducha.
Oí la televisión a todo volumen. Odié a Julio y a la belleza de Aída. Todos se excitaban
con ella. ¿Habría llegado a algo con Julio?¿ Era Aída la otra mujer? Estos interrogantes me torturaron mucho tiempo. Cuando
encontré un mensaje en el celular de Julio mis sospechas se confirmaron. Había
sido enviado desde internet y decía así: Gatito: no puedo esperar que pasen las horas para sentirte dentro mío. No tardes,
amor: A.
Yo
tenía buen cuerpo, buenos senos pero comparándome con Aída no tenía chances para nada. Nunca sospeché de ellos. Si no hubiera
sido por la noche en que se le escapó su nombre cuando estaba entre mis brazos jamás lo hubiera sabido. El dolor era tremendo,
como si un cuchillo cortara por dentro desgarrando la piel.
Es
que perder a las personas que más había amado en mi vida de un solo golpe era desolador. Ella era la hermana menor que jamás
tuve, una de las pocas amigas a quién le contaba todas mis cosas. Y Julio era el hombre que me había hecho feliz desde que lo conocí. Aída lo había seducido, estaba segura de ello. Su belleza era su mejor aliado
para conseguir lo que quisiera.
Pero
la traición no podía perdonarse. Y más si vino de personas en las que se había depositado todo el amor y la confianza.
¡Qué
necia me sentí al recordar que había pedido
consejos a Aída para reconquistar el amor de Julio! Tuve náuseas y vomité. La ira se refugió en un lugar y quedó dormida. Apareció el deseo de venganza. El
alivio que me produjo preparar las cosas para lograrlo anestesió el dolor. Después fue todo muy fácil. Encontrar el momento
perfecto y el ácido adecuado. Nadie me descubrió.
Julio
seguía frío conmigo. El amor que tuve por él se convertía despacito en odio. ¿Por qué no castigarlo también a él?
¿Sospecharía
de mí? Pero Aída también lo había perdido todo. Su belleza, a mí y a Julio. Estaba segura que no la querría más después del
“accidente”.
Desperté
sobresaltada. La luz del sol iluminaba los muebles de la sala con una alegría brutal que parecía burlarse de mi tristeza y
de mis miedos.
Julio
no estaba en el dormitorio. Lo busqué en la casa pero no había regresado. ¿Habría
tenido algún accidente? La desesperación entorpeció mis dedos sobre el teléfono, tuve que marcar varias veces antes que pudiera
dar con el número correcto de la oficina. Me respondió un hombre. No. Julio no había aparecido por la oficina. Tampoco su secretaria. Y faltaba dinero de la caja que estaba a su cargo.
¿Secretaria? ¿Desde cuándo él tenía secretaria? Más de tres meses, respondió la voz,
vaya, justo el tiempo que lleva tan frío conmigo y con “tanto trabajo”. El sudor apareció sin ser llamado por
toda mi piel. El labio superior tomó vida propia y se puso a bailar y no podía hacer nada para impedirlo. Abrí la boca pero
no pude hablar. Casi se me cayó el tubo de la mano, tuve que tomarlo con las dos.
Como un ramalazo vino a mi mente el recuerdo de la voz sensual que me había atendido
el día anterior y supe que había cometido una terrible equivocación. Mi conciencia y Aída pagarían de por vida las consecuencias.
Cuando
pude articular palabras pregunté el nombre de la secretaria de Julio. Casi no me sorprendió oírlo: Aída.