Scosceria de Cañellas, Lucía

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Aida

 

 

¾¿Cómo sigue Aída? ¡Qué horrible lo que le pasó!

¾Está desolada. Hasta pensó en suicidarse.

¾-¿Qué dijeron los médicos? ¾la voz sonó angustiosa.

¾Que podrán mejorarla, pero con muchas cirugías. Que tiene que agradecer a Dios que no perdió la vista .¾ Pero de su cutis de porcelana, que se olvide ¾ respondí.

¾-Pobrecita. Siempre fue  tan hermosa ¾ vi en sus ojos el brillo de una lágrima pero no pude asegurarlo ¾ ¿Qué clase de animal pudo hacerle eso?

Me encogí de hombros.

¾Alguien que la odiaba supongo ¾dije con voz neutra.

Mi marido fue a su trabajo después de darme un rápido beso en los labios.

¡Pobre Aída! Ser siempre una mujer hermosa y ahora en plena juventud convertirse en un monstruo. Un escalofrío me recorrió la espalda.

A las diez le harían otra operación. .

Ella amaba a un desconocido que había contactado por internet. Hablaba todo el día de él y que jamás se había enamorado así. Debían conocerse para las navidades. Yo dudaba de sus sentimientos, amar a una persona sin conocerla personalmente me parecía un cuento chino. Pero ella decía que era verdad. Aunque ahora todo había cambiado en su vida, quizás para siempre.

Fui a la clínica y la encontré como todas la veces. Deprimida y sin ganas de vivir. Traté de ocultar mis sentimientos y  darle ánimos. Una enfermera entró y puso un medicamento en la sonda que le entraba en la muñeca. Dijo algo sobre la operación, que se había postergado por unas  horas porque el cirujano había tenido una urgencia.

Ella me pidió que no la dejara sola. Era huérfana y dijo que nuestra amistad era lo único que le daba fuerzas. Oculté mi mirada observando la copia de un cuadro famoso que estaba cerca de la puerta.

Debía avisar a Julio que me quedaría con ella y volvería recién por la noche.

¡Cuánto tiempo sin llamarle  a la oficina! Antes él lo hacía para decirme cuánto me amaba o para contarme con voz  cómplice que me haría por la noche. O yo lo llamaba para que supiera cuánto lo quería y  extrañaba.

Después dejamos de hablarnos por teléfono poco a poco. ¿Por qué? No lo recordaba. Que no tenía tiempo para atenderme, había más trabajo y le era difícil hablar desde la oficina.

La voz femenina sonó amable y eficiente.  No recodaba quién pudiera ser. Julio dijo que me quedara con mi amiga y que llevaría algo para cenar. No podría buscarme porque tenía  una reunión o algo así.

Estuve en la clínica por la tarde. El doctor  aseguró que todo había ido bien y que ya tenían programada otra operación para la próxima semana.

 Las nueve y Julio sin volver. Nunca había llegado después de las ocho.

La tristeza cayó sobre mí y me abrazó como la bruma  envuelve a la ciudad en las madrugadas de invierno. Me sentí vacía, como siempre cuando no estaba con Julio. Julio, Julio, ¿qué había pasado con él? ¿Con los besos cargados de fuego, las caricias llenas de pasión que nos dábamos cuando él volvía cansado pero feliz de su trabajo? No sabía qué había hecho o dejado de hacer para que lo hubiera perdido todo. Sólo un año atrás éramos tan felices.  El hijo que ambos queríamos fue pospuesto por razones económicas. Pero yo supe que esa no era la razón. Había aparecido otra mujer. Esa era la respuesta. Y fue triste como  descubrí todo.

¿ Cuánto tiempo había pasado de esa noche? Dos, tres meses. Quizás menos. Porque hacía calor. La ventana estaba abierta y la luna que estaba llena husmeaba entre las cortinas que danzaban como odaliscas sensuales al dejar pasar la brisa de la noche.

 El sudor empapaba nuestros cuerpos y cual amazona a su corcel imprimí los movimientos necesarios para llegar al mismo destino. Yo lo logré con un movimiento violento y quedé laxa sobre él. Abrí los ojos. Julio aún los tenía cerrados; con un estertor violento lo sentí explotar dentro de mí. Después quedó inmóvil un momento breve .

¾Aída ¾suspiró y repitió en un murmullo: Aída.

¾¿Qué dijiste? ¾ bramé al instante.

¾Mi vida. Dije mi vida.

¾Yo escuché Aída. No soy sorda.

¾Escuchaste mal. Dije mi vida.

Se hizo un silencio mientras Julio dejó la cama y fue hasta la cómoda de donde trajo un paquete de cigarrillos. Encendió uno y me pasó otro que rechacé.

¾Así que mientras haces el amor conmigo fantaseas con Aída ¾ la amargura con que pronuncié las palabras podían haber competido en un concurso con la hiel más espesa y ganado el primer premio.

¾Claro que no. Dije mi vida. Siempre encuentras la forma de estropear los pocos  momentos buenos que pasamos juntos.

Buscó el calzoncillo que encontró a los pies de la cama, se lo puso con una expresión de fastidio y agregó:

¾Ya me tienes cansado con tus celos. Tu amiga es hermosa, pero nunca me interesó.

 Fui desnuda al baño y ahí me quedé con las lágrimas mezclándose con el agua de la ducha.

 Oí la televisión a todo volumen. Odié a Julio y a la belleza de Aída. Todos se excitaban con ella. ¿Habría llegado a algo con Julio?¿ Era Aída la otra mujer? Estos interrogantes me torturaron mucho tiempo. Cuando encontré un mensaje en el celular de Julio mis sospechas se confirmaron.  Había sido enviado desde internet y decía así: Gatito: no puedo esperar que pasen las horas para sentirte dentro mío. No tardes, amor: A.

Yo tenía buen cuerpo, buenos senos pero comparándome con Aída no tenía chances para nada. Nunca sospeché de ellos. Si no hubiera sido por la noche en que se le escapó su nombre cuando estaba entre mis brazos jamás lo hubiera sabido. El dolor era tremendo, como si un cuchillo cortara por dentro desgarrando la piel.

Es que perder a las personas que más había amado en mi vida de un solo golpe era desolador. Ella era la hermana menor que jamás tuve, una de las pocas amigas a quién le contaba todas mis cosas. Y Julio era el hombre que me había hecho  feliz desde que lo conocí. Aída lo había seducido, estaba segura de ello. Su belleza era su mejor aliado para conseguir lo que quisiera.

Pero la traición no podía perdonarse. Y más si vino de personas en las que se había depositado todo el amor y la confianza.

¡Qué necia me sentí al recordar que  había  pedido consejos a Aída  para reconquistar el amor de Julio!  Tuve náuseas y vomité. La ira se refugió en un lugar y quedó dormida. Apareció el deseo de venganza. El alivio que me produjo preparar las cosas para lograrlo anestesió el dolor. Después fue todo muy fácil. Encontrar el momento perfecto y el ácido adecuado. Nadie me descubrió.

Julio seguía frío conmigo. El amor que tuve por él se convertía despacito en odio. ¿Por qué no castigarlo también a él? 

¿Sospecharía de mí? Pero Aída también lo había perdido todo. Su belleza, a mí y a Julio. Estaba segura que no la querría más después del “accidente”.

Desperté sobresaltada. La luz del sol iluminaba los muebles de la sala con una alegría brutal que parecía burlarse de mi tristeza y de mis miedos.

Julio no estaba en el dormitorio. Lo busqué en la casa  pero no había regresado. ¿Habría tenido algún accidente? La desesperación entorpeció mis dedos sobre el teléfono, tuve que marcar varias veces antes que pudiera dar con el número correcto de la oficina. Me respondió un hombre. No. Julio no había aparecido por la oficina. Tampoco  su secretaria. Y faltaba dinero de la caja que estaba a su cargo.

 ¿Secretaria? ¿Desde cuándo él tenía secretaria? Más de tres meses, respondió la voz, vaya, justo el tiempo que lleva tan frío conmigo y con “tanto trabajo”. El sudor apareció sin ser llamado por toda mi piel. El labio superior tomó vida propia y se puso a bailar y no podía hacer nada para impedirlo. Abrí la boca pero no pude hablar. Casi se me cayó el tubo de la mano, tuve que tomarlo con las dos.

 Como un ramalazo vino a mi mente el recuerdo de la voz sensual que me había atendido el día anterior y supe que había cometido una terrible equivocación. Mi conciencia y Aída pagarían de por vida las consecuencias.

Cuando pude articular palabras pregunté el nombre de la secretaria de Julio. Casi no me sorprendió oírlo: Aída.

 

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LA BURBUJA DE CRISTAL

 

 

Yo tenía una burbuja de cristal, era chiquita y estaba en un lugar desconocido.

A veces estaba sola, bueno, casi siempre, así que pensé en  encontrar a alguien que estuviese ahí conmigo para compartir pensamientos,  emociones, risas  y lágrimas.

Pensé que no sería difícil, sólo necesitaba dos cosas. Que yo amara a esa persona y que ella me amase a mí. Pero con el correr del tiempo me di cuenta que ese alguien especial no existía.

 Para olvidar tanta soledad ocupé los espacios vacíos que había adentro con palabras, dibujos, pinturas,  y a veces, con algunas canciones.

Pero un día algo pasó. Conocí a alguien. Me miró con ojos tiernos, sonrió con timidez, pidió un beso y dijo “te quiero”. El milagro había ocurrido. Ya no estaba sola. Mi burbuja de cristal nos escondía de todos en su interior  y ahí no nos podían lastimar. Y éramos muy felices. Nos convertimos juntos en arquitectos, magos, médicos y poetas, vestimos las paredes de sueños imposibles y mirábamos arrobados cuando alguno de ellos se volvía realidad, con una sonrisa y un beso mágico la antigua tristeza se desvanecía como rocío ante la caricia del sol. Los besos y abrazos curaron todas las heridas y los mimos tapizaron el techo y el piso del lugar. Ahí estábamos seguros.

Un día nos acercamos a un sueño nuevo, inventado hacía unas horas, y como era más pequeño que otros, había dejado un lugar libre en la pared transparente.

-Mira- dije mostrando hacia la ventana.

Y  vimos un bosque muy verde que se extendía por muchos kilómetros. Y la maldita curiosidad se metió en mi corazón y quise salir de la burbuja de cristal y lo invité a ir conmigo.

-Si quieres que vaya, iré, pero tengo miedo.

Yo también temía, pero la curiosidad era tanta que le dije:

-A tu lado no tengo miedo a nada. Vayamos a ver qué hay más allá de nuestra burbuja.

Me sentía con la fuerza que da el amor, que no se ve, pero es poderosa.

-Vamos-dijo, aunque un dejo de duda le quebró la voz.

Abrimos la puerta con mucho cuidado, la dejamos con la clave secreta lista para introducirnos un día después y salimos al exterior.

El camino verde se fue poniendo de un tono muy oscuro hasta que  la luz se cambió de golpe  por una penumbra tétrica.

-Tengo miedo- dijo él.            

-No debes temer. Si nos queremos nada podrá pasarnos- Yo sentía que podía defenderlo con todas mis fuerzas, hasta con mi vida, de lo que fuere.

El más tenebroso pantano se abrió a nuestros ojos y adivinaba seres oscuros que nos acechaban detrás de los árboles secos y lúgubres.

Un águila de hermoso plumaje apareció de la nada. Sus ojos eran verdes y resplandecían en la oscuridad de la noche como dos esmeraldas.

-Ven conmigo- dijo- te mostraré un lugar lleno de cosas nuevas. Sé que ahí serás feliz. Deja que ella siga su camino Sin ti.

Yo esperaba oír su negación, decirle que no podía dejarme sola,  pero no dijo nada.

Entonces el águila montó en cólera ante la indecisión y graznó con furia.

-¿Por qué no vienes? Nadie me hace un desaire, tú te lo pierdes- y alzó vuelo con un sonido espeluznante.

La oscuridad se hizo de nuevo en el corazón del bosque. Ya no deseaba estar ahí. Añoraba la seguridad de mi refugio. Pero habíamos programado  el regreso para el día siguiente así que debíamos pasar ahí la noche.

Buscamos un lugar donde dormir. A tientas tomamos hojas y ramas de los árboles y formamos un nido. Cansados nos acostamos abrazados. Cuando estaba a punto de dormirme, apareció una ardilla y se puso a  saltar a nuestro lado. Tenía una rara luz que nos permitía verla. Era simpática y nos dijo que vivía en el bosque y que estaba contenta con nuestra presencia. Que sabía  muchos juegos y que nos los enseñaría.

El miedo se fue y entonces jugamos los tres. Ella hablaba, reía, era tan ocurrente. Pero un sueño extraño volvía los párpados muy pesados y ya no quería jugar. Quedé dormida, cuando desperté  la ardilla estaba en brazos de mi amigo. Él  parecía contento. Al rato, sentí que miles de hilos me tiraban hacia el bosque. Quería gritarle, que me defendiera, que me llevaban lejos de él, pero la voz se negaba a salir de la garganta. ¿Quiénes estiraban de los hilos? No veía a nadie. Olía un aroma pegajoso, escuchaba un deslizar de pies,  como si un centenar de seres invisibles corrieran sobre el pasto húmedo y alguna que otra risa apagada. Después tuve la sensación que estaba sola. Como antes.

Abrí los ojos y sentí el dolor en el pecho. No tenía heridas. Entonces supe que ella había regresado. Se metió en su antiguo hogar, sin pedir permiso, al ver que él se había ido. Ahí se acomodó para quedarse por mucho tiempo. Mi antigua amiga, la tristeza.

Lo llamé varias veces.

-Aquí estoy- dijo emergiendo detrás del tronco de un árbol gigante

El bosque  se veía ominoso con la luz del amanecer.

-¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué? ¿Por qué no me defendiste?

-No supe qué hacer- respondió.

Nos tomamos de la mano. Caminamos y caminamos hasta que llegamos a la burbuja.

Parecía más pequeña. Y así era. Por más que tratamos, sólo yo podía entrar. No había lugar para él. Pero yo no quería estar sola ahí.

Presa de la desesperación, me arrojé contra la burbuja, hasta que la sangre de la cabeza se mezcló con la prístina luz que emergía de los vidrios trasparentes y se oyó un terrible sonido producido por el temblor de las paredes. El ruido se repitió una y otra vez con diversos matices,  hasta que la burbuja cambió, se onduló y las paredes aumentaron de  tamaño. Eso me alegró porque ahora él cabría ahí de nuevo.

Entonces, me limpié la sangre que se  resbalaba por la frente  y le abrí la puerta.

 

 

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La autora: Lucía Scosceria, nació en Italia, pero desde pequeña vivió en Paraguay donde realizó sus estudios primarios, secundarios y universitarios. Es maestra, Licenciada en Pedagogía y Filosofía y Abogada. Creó la revista deportiva "Orión" en su ciudad, Encarnación, donde sigue residiendo.

               En setiembre de 1993 publica su primer novela en Ediciones Von Bargen, Asunción, Paraguay; al año siguiente la novela Amelia, Editorial El Mercurio; en 1996 la colección de cuentos Para contar en días de lluvia. De ella dice el escritor y dramaturgo paraguayo Mario Halley Mora: "Este libro contiene relatos fluidos, que hacen de su lectura un placer, tanto por el manejo esquemáticamente agradable del relato, como por la logicidad del argumento de cada cuento -aunque rocen con lo sobrenatural- y la maestría de los diálogos". En 1998, la misma editorial publica Decisiones, colección de cuentos. Gabino Ruíz Díaz Torales, Rudy Torga, Director del departamento de Cultura Popular de Paraguay, dice: "El más firme testimonio de la literatura de Encarnación en nuestros días". Y en el año 2000 edita Sobredosis de cuentos.

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